2015 Quince Motociclistas Alpinos Capitulo 3 de 5
- Marcos Astegiano

- 17 may 2020
- 6 Min. de lectura
EL PRINCIPADO. COMIENZAN LOS PRIMEROS PUERTOS DE MONTAÑA
Por la mañana despedimos al primo de José, que debía regresar a trabajar a Sttugart, y nos fuimos a Vaduz, capital de Liechstentein. Nos quedamos un rato largo recorriendo algunas calles del principado, meca de la evasión impositiva mundial.
Cafecito en un bar de la peatonal, al precio de un almuerzo en Buenos Aires y partimos con destino a St. Moritz, a otros 170 kms.

Salimos del principado y entramos a Suiza, unos 5 kms de autopista y a entrar a los caminos alpinos nuevamente.
En cuanto salimos de la autopista, otra vez faltan unos cuantos.
¿Qué sucedió? En medio de la acelerada, a Gigi se le aflojó el manubrio de su Versys y quedó oscilando adelante y atrás. Parada a repararlo con la consiguiente demora. El día anterior, había perdido los tornillos del parabrisas.

Bastante ordinarias las Versys armadas en el sudeste asiático. Y eso que las dos entregadas por Peter eran 2015.
Fantásticos paisajes de montañas con picos nevados, verdes, con la grama recién cortada, ovejas pastando y un tren alpino que circula al lado tuyo: Suiza
Subiendo el Aulanpass, comenzó a empeorar el clima.
Llegamos a la ciudad de Davos, aparcamos las motos y la recorrimos.
Nos detuvimos en un simpático restorán, mientras se largaba una intensa lluvia.
Pagamos una cuenta digna de una ciudad que recibe todos los años a ministros de economía mundiales, y, bajo la lluvia corrimos hacia las motos, a colocarnos los trajes de agua.

Por supuesto que los cascos, los dejamos en las motos. Apenas atados.
Y claro, esto es Suiza, no La Matanza
Nadie se llevaría un casco
Cuando vi el mío no lo podía creer
Lo había atado con la correa al puño izquierdo

Por supuesto que quedó oscilando boca abajo.
Una eficiente manera de receptar toda el agua de lluvia que venía cayendo desde hacía una hora.
Lo vacié, me lo puse, y cuando ajusté las correas, apreté las almohadillas de su interior. Su escurrimiento provoco un chorro de agua que se deslizo por mi cabeza, nuca, espalda y terminó en la raya del culo.
Siempre me pregunté si ya habré

llegado al millón de kms recorridos en moto. No lo puedo saber, pero debo estar cerca.
Un tipo que después de un millón de km sigue haciendo estas cosas es un pelotudo.
Con los trajes de agua y llovizna nos lanzamos al Julierpass, uno de los puertos de montaña más altos de Suiza.
A medida que subíamos, la llovizna se transformó en nevisca, y apareció nieve en los costados del camino.
El paisaje, imponente.

Llegamos arriba con frío y nieve. Nos tomamos muy lindas fotos y a bajar rápido, para pasar el crudo clima.
Llegamos temprano a Celerina, económico pueblito plagado de refugios de ski que queda a solo 5 kms del más suntuoso y caro St. Moritz.
Nos ubicamos todos en el hotel, cuyas paredes de hormigón lo hacían parecer un bunker. Por supuesto que cada check in era un tormento de pérdida de tiempo. Había que chequearse individualmente, repartir la gente en las habitaciones, encontrar las habitaciones, desempacar, bañarse, etc.
Salimos para conocer St, Moritz a la puesta de Sol

Estaba todo cerrado.
Parecía una ciudad muerta
De casualidad encontramos un buen hotel cuyo italiano dueño entendió la latinidad de cenar tarde (¿Tarde? ¡Eran las 20:30!), nos preparó un mesa de 15 nos hizo unos platos sublimes (fondue de queso incluida), tomamos unos buenos vinos (se extrañaban después de tanta cerveza) y luego de una suculenta factura, regresamos Celerina a dormir. No todos, algunos (me incluyo) continuamos tomando vino en el lobby del hotel.
LIVIGNO, EL STELVIO Y LA PRECIOSA CIUDAD DE BOLZANO

Hoy nos aguardaba el mejor reto: Subir el Passo dello Stelvio, el puerto más alto y famoso de Europa (2800mts) con sus más de 300 curvas.
Cuando estábamos con las motos cargadas casi listas para salir, aparece por una de las ventanas de su habitación Ale, que con cara de recién despertado nos informaba que se había quedado dormido.

Lo abandonamos, ya que desde que uno se levanta de la cama hasta que se sube a la moto pasa más de una hora y quedamos en encontrarnos en Livigno.
Nuestro destino era la capital del Trentino: Bolzano, distante a 200 km.
A esa altura los Alpes tenían bastante nieve en los costados de las montañas, y mucha en sus picos. El clima era de nubes bajas, con amenaza de lluvia o nieve.
Nos paramos a disfrutar la Diavolezza, una pista de Ski imponente y continuamos hasta llegar a la frontera con Italia. Siempre por angostos y poco transitados caminos de montaña.
Fotos en la frontera y comenzamos el ascenso hasta Livigno.

Ya las rutas –sin ser malas- no tenían la perfección del asfalto de las suizoalemanasaustriacas ni la impecable señalización horizontal.
Livigno es un pueblito que, enclavado en el medio de los Alpes, no me explico por qué es puerto franco. El precio de los licores, perfumes, relojes, chocolates, etc. es más bajo que en cualquier free shop del mundo.
Paramos en un supermercado de Livigno a llenar nuestras alforjas de alcohol.
Luego, mientras una parte del grupo terminaba sus compras, otro decidió ir más al centro del pueblo para seguir comprando. Quedamos en encontrarnos en una rotonda. En cuanto salimos, se largó una copiosa lluvia, por lo que cada uno se refugió donde pudo, provocando la división y extravío de ambos grupos. Nos encontramos una hora después, culpándonos y puteándonos desde ambos bandos por el tiempo perdido. Pero cada bando lleno de bolsitas de compras.

Es que Livigno es muy barato.
Continuamos y comenzó la subida al Stellvio.
¡Fantástica!
Nubes bajas, muchas, muchas curvas, caracoles interminables y al final, bajo un plomizo cielo que cada tanto nos bendecía con aguanieve, coronamos la cima del Stellvio.
Muchas motos, más bicicletas, con ciclistas cansados por la subida, miles de pequeños quioscos con souvenirs, algún que otro restorán, el edificio del centro de ski, y el famoso carrito de un simpatiquísimo tano que vende wurtz (salchichas) hechas a la plancha, a la intemperie alpina, que combinadas con chucrut y dentro de un riquísimo pan las vende por cinco euros.

Un cuadrito ver al grupo sentado a la vera del precipicio, comiendo chorreantes sándwiches de chucrut, con el casco y el traje de agua puestos, mientras el cielo alpino nos mandaba uno que otro copo de nieve.
Allí nos esperaban Ale y Alfredo. En Livigno nos desencontramos por el aguacero.
Muchas fotos, compra de souvenirs y a bajar.
Como la bajada estaba muy buena para girar el acelerador, propuse que cada uno bajara a su ritmo hasta un punto de encuentro unos kms más abajo.

Se armó un grupito muy lindo, José, el turco, Mario, Walter, Cocó, Eddy y yo que una vez tomamos ritmo, bajamos endemoniadamente.
Recuerdo que José iba primero, yo segundo y el resto atrás, bien pegadito.
Salíamos de una curva “tornantti” (nombre italiano de las curvas tipo caracol) y acelerábamos a fondo. La KTM tiene más potencia que la 1200, por lo que llegaba a la otra curva, distante apenas 50mts, al lado de José.
Pero como este tenía la cuerda, doblaba y otra vez Astegiano atrás…
Así por unas 100 curvas.

¿Hay algo más lindo?
Fotos en el punto de encuentro, y, ya descendiendo camino a Bolzano el camino comenzó a perder sinuosidad. Los últimos kms parecían aburridos.
Curioso
Si ese camino lo recorrería hoy, sin hacer el Stellvio, me hubiera parecido encantador. Pero después del Passo, cualquier camino es feo.
La entrada a Bolzano, una ciudad importante, fue un caos.
El alojamiento, quedaba en el centro histórico de la ciudad.
A éste no se puede acceder en ningún medio vehicular.

No lo sabíamos.
En cuanto entramos al centro histórico, los ciclistas nos miraron con su peor cara, y un carabinieri nos detuvo con muchas ganas de hacernos una multa. A todo esto el grupo estaba partido. Una mitad se había perdido a la entrada a la ciudad y cada tanto nos encontrábamos en alguna esquina, pero en cuanto daba el semáforo, nos volvíamos a dividir. Kafkiano.
Finalmente, todos a una playa de estacionamiento subterránea, cargar bolsos y alforjas por unas cuantas cuadras, hasta los apartamentos alquilados.

El día siguiente lo pasaríamos en Bolzano. Era día de descanso.
Los tanos siempre tuvieron muy buen gusto, y los del Norte además son finos.
Nos dieron tres deptos.
Uno de ellos, era para 8, construido en el 1700, con balcón sobre bucólica placita en pleno centro histórico de la ciudad. Un cuadrito del renacimiento.
Fuimos a cenar a un lindo restaurante, tarde. Estaba todo abierto. Y claro, esto es Italia.
Nos fuimos a dormir recordando el Stellvio. Casi un insomnio.







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