2016 Los Pirineos en Moto Capitulo 2 de 2
- Marcos Astegiano

- 2 jun 2020
- 5 Min. de lectura
PAU
Los padres de la esposa de Berni eran oriundos de aquí. Bernardo nunca trajo a Marcela a conocer sus orígenes. Su sentido de culpa estaba exacerbado ese día. O tal vez era el miedo del precio a pagar por no haber llevado a su esposa…

Cenamos en un restó al aire libre dentro de la ciudad vieja y a la cucha.
Nuestra habitación era una triple, pero una de las camas estaba en una especie de privado. Alex, enfermo de gripe desde el primer día, no se sentía bien, por lo que le cedimos la cama individual.
La matrimonial era una plaza y media escasa. Allí compartimos el turco y yo. Yo peso 110 kilos y mido un metro noventa. Además, me muevo mucho mientras duermo. El turco no la recuerda como su mejor noche…
Diré que los Pirineos son más agrestes, más sinuosos y más sorprendentes que los Alpes. En éstos se cumple siempre la expectativa que uno tenía.

Los Pirineos asombran.
Menos habitados
Menos visitados.
En fin, más aventura.
Me encantaron.
El destino siguiente era San Sebastián. O Donostia en vasco.
Distante 230 km de Pau, se encuentra en plena costa Cantábrica y es un balneario de lujo.
Allí pasaríamos dos días.
Ariel y Marcelo partieron muy temprano. Marta, la esposa de Ariel que lo acompañó a Europa, lo esperaba en la costa. Y Ariel no quería llegar tarde…
El resto partimos un poco más tarde.
A la salida de Pau nomás, perdimos a José y Eddy.
Los ocho restantes seguimos viaje parando cada tanto para encontrarnos sin éxito. Un mensaje de texto de Eddy nos indicaba que estaban bien, pero venían muy atrás.
Continuamos por unos caminos comarcales, casi sin tráfico, asfaltados pero muy angostos, circulando entre pequeñas propiedad es rurales a la falda de las montañas.
Idílico.

En un puerto de montaña paramos en un restó francés cuyas dueñas no quisieron atendernos porque era tarde (¡!), para luego detenernos en otro donde lo que le quedaba de alimentos era escaso, por lo que comimos una especie de picada. Allí nos alcanzaron los perdidos.
Con la modorra que da el después de
comer, más un calorcito que invitaba a una siesta continuamos por fantásticos caminos, hasta un tramito de autopista que nos llevaría a San Sebastián.
Un único peaje en la atestada autopista, pongo una moneda y paso, Alex me imita, y el tercero que no recuerdo quien fue, no sé qué hace, pero traba la máquina.

Por supuesto, no hay empleados. Solo máquinas
Nuestros ocho perseguidores estuvieron más de quince minutos intentando pasar.
Visto desde donde estábamos resultaba gracioso. Más bien bochornoso
Muy buen departamento bien ubicado en San Sebastián, (en realidad dos, unidos entre sí, lo que nos permitía estar todos juntos).
Apenas radicados nos acercamos a un bar en la playa a tomar unas birras. Edgardo mira hacia la calle y ve un cartel que reza “Clinica Zurriola”. Recordaba que, en Mendoza, un médico de ese apellido lo había operado y luego había emigrado al país Vasco. Cruzó la calle para averiguar y ¡Bingo! era el médico que lo operó en 1992. No solo eso, sino que estaba allí, salió de su clínica a saludarnos e invitó a Eddy a cenar a su casa en compañía de su esposa, mendocina.

Las casualidades también existen en España….
Esa noche fuimos a comer al puerto. ¿Adivinen que? Exquisito.
Diego, exaltando sus orígenes, nos obsequió a unos cuantos una buena boina vasca, y caminando hacia el depto., nos encontramos con que un bar, llamado Museo del Whisky estaba abierto.
Todos dentro, bebimos, y bailamos en el subsuelo, al compás de un tipo que tocaba.
Bizarro
Día libre.
Un grupo se fue en moto a la frontera con Francia por la costa, y otro a caminar la ciudad.
Estuve en el segundo.

El turco se quedó en el departamento. Con una insipiente gripe.
Probablemente contagiado por Alex.
Por vía aérea seguramente.
Porque hasta donde yo sé, sexo entre ellos no hubo.
Caminamos la playa de la Concha, subimos en funicular al monte Igeldo y comimos bien, como no puede ser de otra manera en este país.
Yo hice siesta. Y al despertarme me sentí también engripado. Me quedé en la cama.
Por la noche, los sanos salieron a cenar. También anduvieron por el Museo del Whisky nuevamente…

Por la mañana despedimos a Alex, quien entregaría su moto en Bilbao y tomaría avión a Bs As.
Nosotros once a Jaca por los Pirineos Navarros, distante 307 kms, haciendo escala para almuerzo en Pamplona.
El pronóstico rezaba lluvia. Y acertó.
Así todo, algunos querían andar por lo sinuoso con lluvia.
Otros no.
Por lo que decidimos partir el grupo. Unos iban por montaña y otros por autopista.
Nos encontraríamos en el bar del último piso del Corte Inglés de Pamplona, lugar de parada intermedia.
Yo acompañé a los segundos. Llegamos bastante antes, hicimos el recorrido de los toros de San Fermín, (sin toros), comimos frente a la plaza principal en un bodegón y nos encontramos con el resto en el lugar pactado.

Continuamos a Jaca divididos. Solo que esta vez, acompañé al grupo de montaña. La lluvia paró, el pavimento se secó, y comenzamos (éramos cinco) a andar fuertecito por lo sinuoso de los Pirineos Navarros.
Exquisito.
En un momento veníamos muy fuerte.
Y muy felices
Llegamos al muy buen hotel en las afueras de Jaca. Ni nos movimos.
Cenamos allí y a dormir.
Por la mañana continuamos a Senterada, un pueblito cualquiera en los Pirineos Catalanes, distante 260 km. Pasaríamos antes por varios puertos de montaña de la provincia de Aragón.

El viaje fue soñado, pero mi estado gripal iba en aumento por cada kilómetro que recorríamos. Paramos en un caserío a comer, en una posada muy linda. Yo me tiré a dormir en un sillón. Me sacaron fotos. Parecía fallecido.
Continuamos por caminos de más curvas, y a la tardecita llegamos al hotel.
Un viejo molino de agua, que movía telares en el siglo pasado, reconstruido como hotel por uno de los descendientes. Casado con una chilena.
Yo me desplomé en la cama y no supe nada hasta el día siguiente.
Me cuentan que Pere, el dueño, tenía un criadero de truchas allí mismo. Compraron los peces, merced al chef Ariel los hicieron a la parrilla, degustaron, tomaron, y a dormir.
El desayuno del día siguiente fue de antología.

Nunca vi traer panes caseros, cabezas de ajos, rojos tomates, chorizos, longanizas, jamones., quesos varios. Gracioso ver a unos argentinos acostumbrados a un café con leche con dos medialunas, untando ajo sobre un pan aceitado con oliva, rociándolo con tomado exprimido, montando jamón y chorizo…. a las ocho de la mañana…
Opípara comida, y partimos con rumbo a Barcelona.
Buen camino de montaña inicial, para luego tomar autopista.
Debíamos llegar antes de las 12 a devolver las Beemes, que no reportaron incidentes en todo el viaje.
Parada intermedia en la autopista a tomar un café y despedirse de otro magnifico viaje.
Fueron 2100 kilómetros en 9 días.
Muy, pero muy trabados.
Con paisajes de ensueño.
Y aderezado por ese salero que tienen los españoles, que a todo le ponen onda.
Un paraíso.
Volveremos
Barcelona, 12 de junio de 2016.
Proximo: Los Balcanes





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