2016 Los Balcanes y la Costa Dalmata Capitulo 1 de 2
- Marcos Astegiano

- 5 jun 2020
- 5 Min. de lectura
Nuestros amigos Graciela y Lineu, un par de años atrás nos invitaron a hacer la costa croata en moto.
Por motivos que no vienen al caso, no pudimos acompañarlos.
Regresaron muy conformes y entusiasmados con el viaje.
Nos tentaron.

Este año de 2016, nos pescó con abundancia de tiempo, algo inhabitual en este matrimonio que trabaja en sociedad desde hace más de treinta años.
Así que combinamos en Europa mi viaje a Pirineos que relaté previamente, con la llegada de Amalia a Barcelona.
Partiríamos ambos una semana a Berlín, a visitar a nuestra querida ahijada, un par de días a Viena y luego a Zagreb, capital de Croacia, donde retiraríamos la moto previamente reservada para recorrer parte de los Balcanes, la costa, llegar hasta Montenegro y desde allí, por el corazón de la vieja Yugoslavia, entrar al parque nacional de Plitvice, donde sus legendarios lagos en cascada son atracción mundial.

Viajaríamos a Zagreb a devolver la moto y regreso a casa, después de casi un mes en el viejo continente, con dos viajes en moto incluidos. Uno por Pirineos con amigos y el otro por la Dalmacia con Amalia.
Así que en Barcelona me despedí de mis 11 acompañantes de los Pirineos, le di la bienvenida a Amalia, armé mis petates (un bolso gigante con toda mis pertenencias, incluida la ropa y equipo de moto) y partimos a Berlín en avión.
En Tegel, uno de los aeropuertos de Berlín, esperé y esperé mi bolso en la cinta de equipajes, sin más resultado que la desazón.
No llegó
Hice los reclamos pertinentes, me dijeron que se ocuparían, que me lo alcanzarían al hotel, que me fuera tranquilo.

Cosa que hice.
Esto es Alemania pensé.
La incipiente gripe que contraje en los Pirineos antes de llegar a Barcelona, y que creía curada, regresó con más fuerza en Berlín.
Lo que se llama una flor de recaída.
Mientras hacía reposo absoluto en el hotel, el bolso no aparecía.
Al tercer día, ya menos achacado comencé a reclamar con más dureza, sin otro resultado que continuar con lo puesto desde hacía tres días.
Al cuarto día me levanté y tomé en cuenta algo que no apreciamos diariamente.
Lo bueno que es tener varias mudas de ropa.
Me sentía un pordiosero.
Así que, a un shopping de Berlín, a comprar calzoncillos, medias, remeras, pantalones, zapatos y todas las vituallas que contenía mi necessaire.
Ya sabemos que Alemania en general, y Berlín en particular, no son económicos.
Así que dejé unos cuantos euros en ese shopping.

Lo recuerdo con particular aprehensión.
El bolso, pese a la eficacia germana, seguía sin aparecer.
Así que, con ropa nueva, me olvidé del incidente y con Amalia y sobrinos disfrutamos esa fantástica ciudad.
Hasta el día anterior que debíamos partir a Viena.
Ahí sucedió lo que me temía.
El bolso seguía perdido, y yo tenía una moto pagada por una semana, sin equipo.
Así que, sin más remedio, me fui a Louis, una cadena de tiendas alemanas especializadas en motociclismo, a comprar equipamiento.
Y por supuesto, solo lo necesario.
¿Pero qué es “solo lo necesario” para una semana de moto?

Lo enumeraré
Casco
Anteojos
Buff
Remeras
Buzo de abrigo
Campera con protecciones
Guantes
Pantalón con protecciones
Cinturón y tiradores
Medias
Botas
Traje de lluvia
Strapps para atar
Y por supuesto, un bolso…
Después de muchos cientos de miles de kms en moto, uno se torna exigente, así que el equipamiento debe ser de excelente calidad.
Después de todo, soy yo el que va adentro.
Así que todo lo que compré fue de primera.

Otra parva de euros donadas a Alemania gracias a su sistema de entrega de equipajes…
Yo aún caliente de lo que me había tocado en suerte.
El bolso no apareció, por lo que, si bien me transformé en unos cuantos euros más pobre, estaba en Europa, disfrutando con mi compañera, a punto de otro importante viaje en moto.
A olvidar y divertirse entonces.
Avión a Viena, tres días en esa delicada ciudad, y bus a Zagreb, la capital croata.
Zagreb no es de las capitales más lindas de Europa.
Tiene su encanto, pero hasta ahí nomás.

Al segundo día, fuimos a retirar la moto.
La rentadora, única que encontramos por internet, era muy pequeña. Nos atendió su dueño, quien tenía una tienda de accesorios para moto, un taller y unas pocas motos para alquilar. Todas impecables, eso sí. Así como también su profesionalismo. Chico pero idóneo.
Retiramos una BMW GS 1200 de las nuevas (refrigerada por agua) en perfectas condiciones, cargamos el nuevo bolso en su portaequipajes, más lo que pudimos en sus valijas laterales y partimos a la costa, en un clima de caluroso verano, con algunas nubes negras que cada tanto nos regalaban una llovizna.
La ruta a la costa transcurría por una buena autopista con magníficos paisajes de la campiña croata.
Después de unos ciento cincuenta impecables kms, abandonamos la autopista y nos adentramos en lo sinuoso de los Balcanes. Hermoso camino para conducir en moto, hasta que en una distancia similar a la anterior llegamos al mar.
Un tentempié en la localidad de Senj, junto al mar, nos hizo adivinar lo que vendría: una sinuosa y escarpada costa, con unas vistas maravillosas, ya que el Adriático aquí está salpicado por cientos de islas que interrumpen el paisaje.
Por algo la costa Dálmata se ha hecho tan famosa.
Discurrimos los últimos cien kms disfrutando cada metro de costa, tanto por su vista como por la conducción.
Arribamos a la tarde a Karlobag, nuestro destino de ese día. Un pequeñísimo y encantador pueblito de pescadores, donde en su plaza principal, hicimos honor en un pequeño restó a sus frutos de mar.

El segundo día fue más light. Solo conducimos por 120 kms, desde Karlobag hasta Zadar.
¡Pero que 120 kms! Una serpenteante cinta de impecable asfalto, con montaña a nuestra izquierda y mar a nuestra derecha. Una maravilla de paisajes. Al mediodía ya estábamos en esta bonita ciudad, con un casco antiguo muy conservado. Toda la costa Dálmata fue presa de los venecianos durante más de dos siglos. Geográficamente están enfrente, a unas horitas de navegación. Así que estos mercaderes, tomaron la costa y la hicieron floreciente, en su cultura y comercio, por lo que la arquitectura es de primera.
Disfrutamos caminando por la ciudad, visitamos el único órgano marino que existe (el oleaje emite sonidos en una serie de tubos de mármol. Curioso) y todas sus atracciones.
Los croatas son europeos divertidos, tienen mucha onda. Y claro, están frente a Italia. Y han sido influidos durante siglos por ellos.

Así que sus ciudades están infestadas de barcitos donde tomar buen café durante el día, y mejor alcohol por las noches.
La movida nocturna es bulliciosa, como nos gusta a nosotros. Y es una delicia pasear caminando por angostas calles peatonales llenas de mesitas fuera, con mucha gente alborotada cenando.
Pero esta noche tenía un condimento adicional. El seleccionado croata jugaba la cuartos de final de la copa de Europa contra España.
Había televisores hasta en los monumentos. Y todo, todo Zadar mirándolo. ¿Y saben qué? ¡Ganó! La algarabía en las calles era mayor a la que ocurre en nuestro país. Que no es poco decir. Así que con Amalia disfrutamos cada minuto de esa noche, y de esa gente.
Continuara...





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