2016 BOLIVIA POR QUINTA VEZ Capitulo 2 de 2
- Marcos Astegiano

- 28 may 2020
- 6 Min. de lectura
Al día siguiente estábamos en dudas si quedarnos un día de descanso en Uyuni, o partir por el salar hasta San Juan de Uyuni. El cansancio del día anterior se hacía sentir y desaconsejaba seguir viaje. Por otro lado, las ansias de recorrer el salar nos apuraban.
Compramos unas vituallas para reparaciones menores en la Euromot, y partimos nomás.

El salar se encuentra a pocos kmsde Uyuni Citi, y apenas uno entra se encuentra con una planicie blanca impoluta, de 200 kms de largo por 200 de ancho, solo interrumpida en el horizonte por las imponentes cadenas montañosas de los Andes.
Sublime. Subyugante.
Es la cuarta vez que lo atravieso.
No dejo de maravillarme.
Es la mayor extensión de sal del orbe. Refleja tanta luz hacia el espacio, que la NASA lo utiliza para alinear y calibrar sus satélites. Realmente es una maravilla a nivel mundial.
Fuimos hasta el viejo hotel de Sal, enclavado en pleno salar, hicimos las fotos de rigor y comenzamos la travesía.

Haríamos unos 80 kms en dirección Oeste, hasta la “Isla” de pescado (un cono de montaña que aparece formando una isla en el medio de la inmensidad blanca), y dese allí, rumbo sur por unos 60 kms hasta encontrar la explanada del viejo ferrocarril que llevaba sal a Chile. Por ahí, 50 km hasta San Juan.
Es muy fácil perderse en el salar. Porque es muy difícil ubicarse.
Kilómetros y kilómetros de perfecta planicie blanca, con borrosos espejismos desorientan al más pintado. Ha habido muchos casos de muerte.
Es imprescindible el uso de GPS. Nosotros llevábamos dos. Por si fallaba alguno.

A mitad camino hacia la Isla, paramos a merendar. Muy simpático detenerse en la enormidad blanca, poner unas Pringles, queso, unas latas de atún y unas crakers, acompañadas por un traguito de vino (en mi caso) o agua (en el de Sofía). Sal, no le faltaba a nada…
Allí nos pusimos los auriculares, la música que nos gustaba a cada uno, y a recorrer el salar haciendo eses y slalom, al compás de la música.
Alucinante.
Fotos en la isla de pescado (llamada IncaHuasi por los locales) y continuar al Sur.
En ese punto el salar comenzó a ponerse húmedo, haciendo que las piedritas de sal saltaran hacia la moto en general y hacia nosotros en particular. En mi caso, por el hecho de tener solo anteojos (Sofi tenía visera) se me metieron en los ojos, lo que provocó una irritación de la que aun hoy recuerdo. La última parte para mí fue tortuosa, lo que me puso de muy mal humor.
Al llegar al terraplén, el agua cubría el salar, por lo que el paisaje se espejaba, formando imágenes increíbles

Muy poco apreciadas por mi parte, ya que mi vista estaba destrozada.
Sofi, copada con su súper cámara tomando fotos a diestra u siniestra.
En el terraplén, curé mis ojos y emprendimos los últimos kms hasta San Juan.
Tortuoso camino con grandes cantidades de calamina (serruchos), una constante en la Puna.
Llegamos a San Juan muy cansados pero felices. Doña no me acuerdo, que vende combustible en bidones, nos llenó nuestros tanques, y nos hospedamos en el increíblemente candoroso hotel la Magia de San Juan.

De una arquitectura extraña a la Puna. Una atención buenísima por parte de una parejita que vive allí, hace que la estadía sea realmente mágica.
San Juan es un pueblito al que la electricidad le ha llegado hace apenas un par de años (en mis primeros viajes no existía). Tampoco hay señal de celular, y, menos internet.
Algo que no se concibe a estas alturas. ¿Todo un día entero totalmente incomunicados? Hagan la prueba. Realmente, es extraño.
Una buenísima cena en el hotel

(¡Convelas, y comida gourmet!) y a descansar el cuerpo, que se lo merece.
Desde el inicio del viaje había decidido no hacer las lagunas con Sofi. Hacía falta más experiencia, una moto más potente y no deseaba correr ningún riesgo.
Así que el derrotero luego de San Juan, era llegar al cruce a Chile, atravesar y regresar al Sur hasta San Pedro de Atacama por el desierto del mismo nombre, para hacer noche y quedarnos un par de días en esa bella ciudad.
Averiguamos en San Juan por el paso a Chile, y encontramos opiniones disimiles. La ruta normal, es atravesando el Salar de Chiguana.
Pero algunos nos decían que el salar estaba extremadamente húmedo y que nuestras motos se podían hundir en el barro salado.

Opte por la segunda opción, que era ir por el camino abandonado que antiguamente unía ambos puntos.
Sofi, con la audacia y osadía de su edad, insistía en ir por el Salar.
Me impuse e hicimos el plan B.
Eran solo 50 kms.
Pues bien, nunca, nunca en mi vida hice un camino tan malo.
La altura de los serruchos superaba los 40cm, y eran constantes. Al lado del camino existía un desierto lleno de arena y piedras que lo hacían intransitable.
Había que ir por la huella nomás-
A 20 / 25 km por hora, aguantando los golpes y el traqueteo de las motos por más de 3 horas.

Increíble
Aun no entiendo como no se rompió nada en las motos.
Al llegar a Ollague, exhaustos, nos enteramos que el Salar estaba impecable, y que todos transitaban por allí. Sofi me increpó un poco….
Una pequeña merienda en el cruce de Ollague, mientras esperábamos que los aduaneros almorzaran, encuentro con unos alemanes que estaban haciendo el trayecto en… ¡Bici! y que venían haciendo el mismo recorrido que nosotros, El camino les rompió todas, si todas, las cámaras y cubiertas que traían de repuesto. Una locura. Intercambiamos impresiones y direcciones con ellos.

Meses más tarde nos visitaron en casa, en Mendoza.
Desde allí, 200 km de impecable ripio hasta Calama, donde haríamos noche.
El desierto, increíble.
Las texturas y los colores, sumados a la aridez, hacían que alucináramos con el paisaje.
Paramos en cientos de ocasiones a tomar fotografías.
Llegamos al anochecer a Calama. Un hotel cuatro estrellas, después de tanta Puna fue reconfortante. Buena cena y a descansar.
A la mañana siguiente, fuimos a un lavadero automático a pasarle agua a presión a nuestras motos. Estaban cubiertas de sal, y eso no era bueno para sus metales.

Lavamos y salimos a San Pedro, distante 100 kms por perfecto asfalto.
Hicimos un alto para fotografiar y disfrutar el valle de la muerte, lugar inhóspito y de unos paisajes muy extraños, y llegamos a San Pedro.
Esta es una ciudad de moda en Chile, plagada de extranjeros que vienen a conocer sus desiertos, con una excelente infraestructura turística, y, por ende, muy cara. No solo para los estándares de la Puna.
Nos quedamos aquí dos días a descansar. El movimiento de juventud que prevalece en el pueblo entusiasmaron a Sofi. Uno de los días tomamos una temprana excursión a los géiseres del Tatio, hoyos en el suelo a más de 4600 mts de altura donde fluye vapor.

En la helada madrugada, el vapor cubre con una nube el lugar, que lo trasforma en algo indescriptible.
Descanso y más descanso. Al menos para mí. Sofi salió de juerga la última noche.
El viernes salimos con destino a Purmamarca.
El paso de Jama, todo asfaltado, transcurre por más de 440kms desde San Pedro hasta Purmamarca.
Está en impecable estado, y es la única ruta asfaltada, a mi criterio, donde uno puede apreciar la aridez, los paisajes y lo maravillosa que es la Puna, sin necesidad de adentrarse en caminos y lugares que conformen una aventura.
Si alguien desea conocer la verdadera Puna, un viaje ida y vuelta de Jujuy a SPAtacama por Jama lo dejara satisfecho.
Pero además de largo, es alto. Siempre arriba de los 4000mts, con lugares de casi 5000.
Nos tomó todo el día recorrerlo.

A Sofi le fascinó.
Muchas, pero muchas paradas a tomar fotos, la locura de Sofi de fumarse un cigarrillo a 5000 de altura (¡estos jóvenes!) una aduana eficiente y rápida, y una milanesa en una estación de servicio en el cruce, que nos hizo recordar gratamente que llegamos a Argentina.
Llegamos a las cabañas al atardecer.
Sofi salió esa noche a festejar en Purmamarca.
Y regresó tan tarde, que al día siguiente durmió casi todo el camino hasta Mendoza.

¿Qué epílogo queda?
Bolivia me sigue atrayendo.
Cada vez más.
Pasé del odio al amor. Y no hay más fanático que el converso. Bolivia eterna.
Volveré
Sofi y su logro.
Terminó con éxito un gran proyecto. Se superó a sí misma y lo logró.
Con creces.
Bien por su autoestima, su temple y su instinto de superación.
Y mejor aún su disfrute. El desafío le fascinó.
¿Y yo?
¿Puedo pedir algo más que haber culminado y cumplido con una aventura, junto a las personas que uno quiere?.
Nada más. Fue suficiente
Y bellísimo
Gracias hija
Mendoza, marzo de 2016
Proximo: Desafio en los Pirineos...





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